Algo antes de que el Pocero saltara a la palestra y todo el mundo le señalara como el perfecto empresario avaro y sin escrúpulos de la España constructora, coincidió que un servidor estuvo paseando por Ciempozuelos durante una buena temporada. Era la primavera del año 2006.
Caminando por el sur del pueblo, cerca del campo de fútbol, recuerdo mirar hacia el horizonte pardo de la Sagra y descubrir el perfil en obras de unos cuantos edificios en la lejanía. Desconcertado pregunté a mis acompañantes de qué población se trataba, pero ni siquiera entre todos logramos llegar a conclusión alguna.
Ese mismo día, tras pasearnos Ciempozuelos entero, visitamos la oficina de urbanismo con la intención de recabar alguna documentación. Allí nos encontramos a un grupo de funcionarios muy atareados. Estaban a tope porque el nuevo plan general estaba en no sé que fase de tramitación y el revuelo era importante. No paraban de entrar vecinos a preguntar. Todos tenían algún interés afectado.
Una vez conseguida alguna documentación, que un técnico nos facilitó, pedimos también una copia del DVD informativo que allí repartían y donde se explicaba cómo sería el nuevo plan general de ordenación urbana de Ciempozuelos.
Al ver ese vídeo donde se presentaba el plan por medio de una simulación virtual de la nueva superficie urbanizada no pudimos evitar comentar con horror la salvajada que estaban a punto de cometer. El ambiciosísimo proyecto, pretendía urbanizar todo el territorio que el término de Ciempozuelos posee al este de la A-4. A ojo de buen cubero, pretendían multiplicar por cinco la extensión urbana del pueblo. Básicamente, no se dejaban nada por urbanizar, ya que el resto del término municipal estaba protegido al tratarse del Parque Regional del Sureste. De esta manera, Ciempozuelos iba a conectarse prácticamente con los edificios que se veían a lo lejos: con Seseña y la Pocero City. Curiosamente, al poco tiempo estalló un escándalo de corrupción y cobro de comisiones ilegales que salpicó a buena parte del consistorio.
Sin embargo, el Pocero logró concluir la primera fase de su ciudad particular. En una cuña de terreno toledano que penetra levemente en Madrid, se levanta el residencial Francisco Hernando. Una auténtica joya que rápidamente serviría para cargar ríos de tinta y demagogia variada acerca de lo malo que era este tipo, del horror en este pueblo y de los problemas que tenían los compradores de sus viviendas. Demonizando a este personaje, muchos encontraron consuelo y quizás una explicación sencilla para los desmanes cometidos por toda España. Vendieron la imagen de que tipejos sin escrúpulos habían construido estos horrores, como si las normativas y la legislación ambigua y permisiva no hubieran tomado parte en el asunto.
Claro que sí. Es mucho más fácil cargar la mochila del Pocero con todas las miserias que vayamos encontrando. Sin embargo, poca gente se ha parado a pensar que la mayor parte de las tropelías que se han cometido en este país, han sido perfectamente legales. Nadie ha querido cuestionar con un mínimo rigor qué leyes hemos tenido y cómo se ha podido llegar hasta aquí. Nadie ha intentado comprender cómo funcionan los procesos de urbanización y que resquicios quedan para la corrupción, que no son pocos. Pero sobre todo, a casi nadie le interesa saberlo, porque el día de mañana todos vamos a querer comer un trocito del pastel, cuando vuelva a salir del horno.
Es lo que tiene vivir en un país donde sólo se vive de la construcción y el turismo. O robamos a los extranjeros, o nos robamos entre nosotros. Pena que el ciclo ya no dé más de si. Por ahora.
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